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miércoles, 15 de abril de 2015

Eduardo Galeano: memoria de una vida



Por Susana Rodríguez*

“Yo creo que fuimos nacidos hijos de los días, porque cada día tiene una historia  y nosotros somos las historias que vivimos”
Eduardo Galeano, Días y noches de amor y de guerra, 1978
Trece de abril de dos mil quince. Joan Manuel Serrat inicia en Salta su recital y se lo dedica a su amigo uruguayo Eduardo Galeano. Todos aplaudimos. Suspendo por un momento el presente y regreso a los setenta, a la ciudad del Cordobazo, de Agustín Tosco y de las tardes en que con mis compañeros de facultad leíamos Las venas abiertas de América Latina (1971). Fue el despertar de una conciencia que no cesó de preguntarse por nuestro destino y nuestra historia, despojándose de esa enciclopedia inútil que nos arrojaba a la repetición acrítica de fechas y batallas sin sentido. Luego supimos de su autor y de su exilio, el primero, en Buenos Aires. Quizás haya algo positivo en las dictaduras: dar la oportunidad de que alguien como Galeano deje su huella en otro país. Y así fue, porque en el ’73 nació de su mano Crisis, una revista maravillosa que tuvimos que esconder, romper y hasta quemar cuando sobrevino el golpe cívico militar del ’76, el que llevó a Galeano a su segundo exilio, esta vez España. 

En 1982 leímos Memorias del fuego y percibimos la fundación de una escritura distinta de la historia, estaban el documento, la huella de los acontecimientos y sus personajes pero transmutados en una prosa potente que alimentó nuestras clases, reinventando la lectura en clave de pasión por conocer más de nosotros a través de esas vidas vividas que hicieron nuestra historia.  

Luego disfrutamos su visita a Salta, su palabra y la delicada paciencia con la que atendió cada uno de nuestros requerimientos. La Sociedad italiana vibró ese día con su voz y nos quedamos hasta muy tarde compartiendo con él y su esposa anécdotas que  traían a la mesa alguien aún más humano de lo que habíamos imaginado al leerlo. 

Gracias a los hermanos jujeños pudimos verlo otra vez en San Salvador hace unos años. Ya habíamos leído, por supuesto, El libro de los abrazos, esa poética exploración de los sentimientos que publicó en 1989 y revivió nuestra admiración por quien pudo aunar el periodista, el político y el escritor sin establecer jerarquías entre estos oficios. 

Eduardo Galeano fue un hijo de los días de lucha en América Latina, una patria más grande que su Uruguay natal y los países de sus viajes, y supo narrar con precisión la violencia impresa en nuestro continente. A través de sus relatos breves nos encendió el deseo de conocer más sobre los hombres y las mujeres que lo habitaron porque digámoslo de una vez: Galeano fue uno y varios, vivió una y muchas vidas, por eso su historia nos parece tan infinita como su talento.

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